A Younes Bilal, in memoriam

Hoy, Younes Bilal podría estar en la terraza de El Muelle tomando un refresco, sonriendo, disfrutando de su juventud, jugando con su hijo, abrazando a sus seres queridos, gastando bromas a los amigos. Pero hoy, hace un año, su dignidad le hizo recriminar a un cliente del bar su trato irrespetuoso hacia una trabajadora y le pidió respeto hacia los marroquíes. Su actitud, moderada y serena le costó la vida a manos de Carlos Patricio Bermúdez Menárguez.

Pero la pistola de Carlos Patricio la cargó el odio, la bala estaba ya en la recámara de su cabeza mucho antes de que decidiera ir a buscar el arma a su casa. Contra Younes disparó Carlos Patricio, pero a Younes lo mató el odio al diferente, las bajas pasiones nacionalistas, el racismo y la xenofobia. Y esas bajas pasiones las alimentaron los discursos de la extrema derecha, los comentarios en las redes sociales que estimulan el rechazo y atribuyen a los prejuicios y las mentiras valor de verdad.

Desterrar los prejuicios individuales es una labor personal que precisa de información veraz, de respetuosa convivencia y de conocer la cultura del otro para entender lo que resulta extraño a la nuestra. Los prejuicios se superan tratando de ver siempre al ser humano que palpita debajo del color de la piel, de sus sensibilidades religiosas o de su forma de vestir. Es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, pero lo que de verdad nos iguala o nos diferencia a los seres humanos es nuestra dignidad personal. La que llevó a Younes a no quedarse callado ese día.

Pero ese compromiso individual de rechazar los prejuicios y de luchar contra el racismo y la xenofobia es ineludible. No desterrar los prejuicios alimentándolos de odio y violencia es lo que no exime de responsabilidad a Bermúdez. Abanderar ese rechazo y aderezarlo de violencia lo convierte en obsesivo y hace que crímenes como el de Younes sólo sean crímenes aplazados. Quien cultiva ese rencor es culpable de alevosía y premeditación, aunque esa perfidia no se concrete en una persona en particular. Fue Younes, pero podría haber sido cualquier otro inmigrante, tarde o temprano el odio obsesivo se hubiera concretado en alguien. Esa pistola estaba preparada, premeditadamente activa, obsesivamente expectante.

Contra el racismo social, ese que identifica a algunos grupos de individuos, que se retroalimenta de chistes, comentarios y mentiras y que se instala en sus mentes como un cáncer que corroe su racionalidad, desvirtúa su dignidad y destruye sus conciencias, contra él debemos, todos y todas, en todo momento, manifestar tolerancia cero. Intolerancia total con los chistes racistas, los comentarios de superioridad racial, los bulos que intentan que un grupo social se sienta víctima del otro, los gestos despectivos y los rechazos implícitos. A ese racismo que identifica al que lo practica con la superioridad racial o la defensa de la patria debemos oponer con orgullo la idea de universalidad de los principios, de la justicia y de los derechos humanos. Ese racismo carga las pistolas de múltiples Carlos Patricios mientras sus verdaderos gestores ideológicos disfrutan desde el sofá de su casa los efectos destructores de sus invectivas. Ayer fue Younes, ¿quién será el próximo si no nos armamos de argumentos y convicciones para frenar esta lacra social?

Hemos de exhibir con descaro identitario la razón, el respeto y la solidaridad. La que hoy queremos manifestar a la familia de Younes, en primer lugar, y a todos los colectivos que el racismo y la xenofobia se empeñan en despreciar y minusvalorar. Porque esas son nuestras mejores herramientas ideológicas contra quienes hacen bandera del odio y el desprecio, contra los intransigentes que pretenden decidir quiénes son respetables y quiénes no, qué ideas son válidas y cuáles perversas, qué religión es la verdadera y hasta cuál es la forma de vestir y de sentir que son admisibles. Contra el fascismo, en definitiva, tome la cara que tome como referencia, aquí Vox, allí Bolsonaro y acullá Trump, Orbán y LePen.

Pero hay otro racismo más peligroso y, si cabe, más deleznable porque crea un relativismo moral que socava las convicciones de las personas, destruye el concepto de igualdad y deja expedito el camino del sectarismo. Nos referimos al racismo institucional. A ese relativismo moral que hace que los gobiernos europeos hayan recibido con los brazos abiertos a los migrantes ucranianos, hayan organizado para ellos vías seguras, les hayan facilitado documentos con celeridad, además de apoyo económico y sicológico mientras cierra sus fronteras a las personas que huyen de la guerra de Siria y de los múltiples enfrentamientos bélicos en territorio africano, muchos de ellos propiciados por occidente para la explotación de sus materias primas.

Cuando las autoridades europeas renuncian a la universalidad de los principios y de la justicia, cuando tratan a los africanos como inmigrantes de segunda, con sus comportamientos respaldan la idea de que somos diferentes y que es aceptable un trato diferenciado en las concepciones y en los comportamientos, justificando así la discriminación e incubando con ella el huevo de la serpiente que con absoluto descaro va sembrando la extrema derecha.

Si Ursula Von der Leyen, como máxima autoridad europea, elogia la actitud de la UE frente a la migración ucraniana después de ir a Grecia para apoyar al gobierno de aquel país como muro de contención frente a la inmigración africana y lo hace además en un momento en el que tanto las ONGs como los migrantes habían sido atacados por grupos de extrema derecha ¿podemos pedirles a los ciudadanos que rechacen sus prejuicios y combatan sus impulsos xenófobos? Si Polonia, miembro de la UE, acoge hoy a más de 4 millones de ucranianos, ¿cómo se puede justificar desde la equidad en el trato y la justicia que mandase, con el beneplácito de la UE, a 14.000 soldados a la frontera con Bielorrusia para impedir la entrada de 2.500 solicitantes de asilo, en su mayor parte kurdos de Irak y Siria?

A quienes como autoridades, se les otorga el peso de la responsabilidad política, corresponde defender en la teoría y en la práctica la universalidad de la justicia, del concepto de ciudadanía y de los Derechos Humanos. Por eso deben convertir en delitos de odio los mensajes discriminatorios y despreciativos de los políticos, sobre todo cuando los emiten en el ejercicio de sus cargos. A ellos y ellas corresponde la importante labor educativa de ser intransigentes con mentiras y bulos, pero, sobre todo, con comentarios denigrantes que dificultan y rompen la convivencia.

A Younes lo mató un descerebrado, pero lo mató también nuestro silencio cómplice frente a comentarios y actitudes discriminatorias y despectivas, lo mataron nuestros prejuicios mal gestionados, pero, sobre todo, lo mataron esas posturas tibias, incluso comprensivas con la diferencia, la mentira y la exclusión que justifican, cuando no alimentan directamente, los mensajes de odio de la extrema derecha. Y eso afecta a facetas de nuestra vida que hemos acabado por interiorizar como normales. Que las condiciones laborales de un inmigrante sean diferentes de las de un trabajador local, que tenga que permanecer tres años en suelo español, sin papeles, trabajando de esclavo, sin derechos laborales, sin acceso a una vivienda digna antes de legalizar su situación, contribuye a institucionalizar la diferencia y con ella el sentimiento de superioridad que define, el racismo en esencia, perdiendo la perspectiva de que, en uno u otro momento de nuestra historia, todos hemos sido migrantes.

Por eso, desde esta oportunidad reivindicativa que nos ofrece Younes, como ATIM (Asociación de Trabajadores e Inmigrantes Marroquíes), reprobamos las actitudes selectivas y discriminatorias y exigimos que se trate igual a todas las personas migrantes o no, sea cual sea su origen, raza o religión. Ni el color de la piel, ni la religión, ni el lugar de nacimiento pueden ser un argumento discriminatorio. Ninguna persona es ilegal. Sólo es ilegal la situación en la que se encuentra. Y lo es porque así lo decide, en este caso, el Estado español. Por eso, acabar con esa condición de "irregularidad" en la que viven miles de inmigrantes en España es una decisión política y, por eso, ATIM se suma a la recogida de firmas en favor de una Iniciativa Legislativa Popular que ponga fin a este despropósito.

También animamos a que se denuncien todos y cada uno de los delitos de odio, desde los más pequeños a los más grandes. Ahora hay más medios que nunca para denunciar, tenéis el apoyo y la protección de ONGs, ¡no tengáis miedo a denunciar!

Younes, no es tu muerte lo que nos une hoy aquí, es tu dignidad y tu fuerza, es tu ejemplo con el que nos identificamos millones de españoles y migrantes que queremos terminar con el racismo y la xenofobia. Desde aquí queremos pediros a todas y todos que nos ayudéis a mantener viva la llama de su ejemplo. A sus padres, hermanos y familiares, a su viuda y, sobre a ti, Rayan, queremos deciros que hay muchas razones para que os sintáis, como nosotros, orgullosos de Younes y por eso os trasladamos nuestro abrazo más afectuoso.

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